Ciencia Estéreo

Mensaje del Decano de la Facultad de Ciencias a los graduados de Posgrados 2024-2

29 Octubre 2024

Buenos días para todos, todas, para nuestros graduandos de los programas de posgrado de la Facultad de Ciencias a quienes desde ya felicito de manera muy especial por el logro que celebramos hoy. Un saludo especial a sus familias y amigos que los acompañan, bienvenidos siempre a la Universidad de los Andes, y un saludo también para los compañeros que me acompañan en esta mesa y en el auditorio. Saludo especialmente y felicito también a nuestros profesores y profesoras que hoy acompañan a sus estudiantes en esta ceremonia de graduación porque los logros que celebramos en parte también son suyos.

Daniel Cadena, Decano Facultad de Ciencias

Hoy otorgaremos títulos profesionales a 9 doctores (incluyendo 4 doctoras) y 13 maestros en Física, Matemáticas, Química, Ciencias Biológicas y Biología Computacional. Nuestros graduandos salen preparados para ser excelentes científicos, que esperamos puedan tener un profundo impacto positivo en sus áreas de trabajo fundamental y, más ampliamente, en la sociedad y en la realidad de muchas personas.

Quisiera comenzar mis palabras para ustedes, graduandos, contándoles una noticia que se viene desarrollando hace ya varios años pero que, tal vez, varios no conocen. La noticia es que los murciélagos de varias especies norteamericanas están desapareciendo. Esto se debe a la infección por un hongo que causa una enfermedad conocida como el síndrome de nariz blanca. El hongo crece en la cara de los animales infectados y penetra su piel, consumiendo su pelo y sus glándulas sebáceas y sudoríparas. Las especies afectadas por esta enfermedad tienen en común que son hibernantes. Cuando están sanos, los murciélagos disminuyen su metabolismo de manera que su consumo de energía se reduce y pueden persistir con reservas de grasa sin alimentarse durante el invierno. Uno de los efectos del hongo es que acorta los períodos de consumo bajo de energía, causando que los animales aumenten su metabolismo y por eso agoten sus reservas antes de la primavera. Mueren de inanición.

Juliana Lago Martínez

Desde que se descubrió en 2006, el síndrome de nariz blanca ha matado varios millones de murciélagos, en lo que se considera una de las epidemias más devastadoras sobre la vida silvestre hasta ahora conocidas. Con base en información genética, se determinó que el hongo que causa el síndrome fue introducido a los Estados Unidos desde Europa: se trata de una especie invasora. Como los murciélagos norteamericanos no habían evolucionado con este agente infeccioso, no tenían las defensas para contrarrestarlo. La mortalidad en colonias de cuatro especies es mayor del 75% y puede alcanzar el 98%.

Hace cerca de un mes, la revista Science publicó los resultados de un estudio que reveló una conexión insospechada entre la desaparición de los murciélagos, la agricultura y la salud pública. El análisis demostró que, en lugares donde las poblaciones de murciélagos que se alimentan de insectos han declinado por efecto de la epidemia, los agricultores incrementaron su uso de insecticidas en más de un 30% para compensar por la pérdida del control biológico de plagas que ejercían los murciélagos que se alimentan de insectos en sus cultivos. Este cambio en las prácticas agrícolas tuvo una consecuencia imprevista: en los lugares donde las poblaciones de murciélagos se han visto afectadas por el síndrome de nariz blanca, el efecto de recurrir a insecticidas para aliviar el impacto de plagas sobre los cultivos se tradujo en que ¡la mortalidad infantil en la población humana se incrementó, en promedio, en un 7.9%!


¿Cuántas vidas, humanas y no humanas, terminarán afectándose por la simple introducción de una especie de hongo en una región en donde no era nativa y por los diversos efectos que desencadenó? Quizás algunos recuerden otra historia que involucraba murciélagos y una enfermedad infecciosa que puso a prueba a la humanidad hace unos pocos años. El caso de los murciélagos y su relación con pilares nuestra sociedad como la agricultura y la salud pública nos recuerda que, como especie, no estamos solos en este planeta y hacemos parte de un delicado equilibrio. Se trata de una señal de que nuestro bienestar depende de la salud de la naturaleza, de las especies silvestres, de los ecosistemas y de los procesos ecológicos y evolutivos que sostienen la red de la vida. En últimas, somos naturaleza.

¿Cuál es el valor económico del control de plagas que ejercen especies silvestres como los murciélagos en los cultivos que nos alimentan? ¿Cómo valoramos su impacto positivo sobre las vidas humanas? Más allá de atribuir valor a la naturaleza en cuanto a su contribución a nuestro bienestar y a nuestra existencia misma, ¿cómo garantizar la conservación de la diversidad biológica por su valor intrínseco, por el imperativo ético que tenemos de no hacer daño a otras formas de vida?

Preguntas como las anteriores adquieren especial pertinencia justo en este momento, mientras Colombia es sede de la conferencia de las partes de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, que se inició hace un par de días en Cali con participación de más de 190 países. Yo estuve en Cali el lunes en un par de eventos y pude percibir el interés y entusiasmo que esta cumbre ha generado – ya hay datos que indican que es la conferencia sobre biodiversidad más grande hasta ahora celebrada, con estimados que señalan que habría más de 30.000 asistentes.

La COP16 es un escenario de negociación en el que se espera que los países participantes alcancen acuerdos para garantizar el cumplimento del Convenio de Diversidad Biológica en cuanto a la conservación de la biodiversidad, la utilización sostenible de sus componentes y el aseguramiento de la participación justa y equitativa en los beneficios derivados del uso de los recursos genéticos.

  • Biodiversidad en Colombia

Fotografías por: Anderson Pirateque

El eje central de la negociación es el Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal, un plan estratégico que establece cuatro objetivos generales, 23 metas, y una serie instrumentos de implementación e indicadores de monitoreo para detener y revertir la pérdida de biodiversidad para 2030, así como un paquete robusto de movilización de recursos financieros para conseguirlo. Tal como existe una necesidad imperiosa de tomar acción efectiva en relación con el cambio climático de forma inmediata, garantizar el cumplimiento de las metas de biodiversidad tiene carácter urgente si es que queremos mantener nuestra capacidad de habitar la Tierra.

Es paradójico que, en momentos en que el mundo pone sus ojos sobre Colombia cuando se toman decisiones esenciales sobre el futuro de la biodiversidad -y del planeta- en nuestro país, muchos colombianos tengan un conocimiento fragmentario sobre nuestra diversidad biológica y su importancia. Que Colombia sea uno de los países más diversos del mundo es motivo de orgullo nacional, pero ¿qué tanto conocemos ese patrimonio natural único? Una proporción alta de la ciudadanía con seguridad ha oído decir que nuestro país es el más rico en aves del planeta. Es cierto: de las cerca de 10.000 especies que se reconocen en todo el mundo, Colombia cuenta con una quinta parte de éstas, casi 2000, y por eso somos el destino preferido de observadores de aves de todo el mundo que vienen en busca de nuestras especies. ¿Cuántas de ellas podrían ustedes, graduandos, reconocer y nombrar? ¿Y los padres y otros familiares y amigos?

La respuesta dependerá de la historia de cada persona, de qué tanto contacto haya tenido con la naturaleza, de su contexto social y educativo. Sospecho, sin embargo, que la mayoría de los colombianos tendría dificultad para referirse a más del 5% de nuestras aves. Si así es para uno de los grupos biológicos con los que más nos relacionamos y podemos percibir con mayor facilidad, ¿cuánto conoceremos sobre los nemátodos del suelo, los micoorganismos de los glaciares o los peces de las profundidades abisales del océano? ¿Qué tanto comprenderemos la infinidad de las interacciones ecológicas que, como las de los murciélagos norteamericanos, involucran a nuestras especies y son centrales para el funcionamiento de nuestros ecosistemas y para sustentar nuestros modos de vida? Si no conocemos y apreciamos nuestra biodiversidad y no nos hemos apropiado de la necesidad de protegerla y usarla sosteniblemente, ¿cómo avanzar hacia el cumplimiento de las metas que se están discutiendo en la COP16 en un contexto como el colombiano?

Dado el papel central que han tenido las universidades y los centros de investigación en documentar y catalogar nuestra naturaleza, deberíamos preguntarnos en qué hemos fallado, desde la academia, en cuanto a propiciar conversaciones que convoquen a la sociedad colombiana a conocer sobre nuestra riqueza biológica y su valor, sobre la necesidad imperativa de actuar para protegerla y sobre la pertinencia de vincular a otras disciplinas a aportar soluciones a la crisis de su conservación. El enorme volumen de conocimiento recogido tras décadas de investigación científica de altísima calidad orientada al estudio de nuestra biodiversidad parecería ser un secreto bien guardado. La información que está en nuestros artículos científicos y otros documentos técnicos no ha sido apropiada por la ciudadanía.

De izquierda a derecha, John Jady Hurtado, Juan Manuel Pedraza, Daniel Cadena, Camila González y Alexander Cardona.

Más allá de las narrativas sobre los récords mundiales en diversidad de especies que ostenta Colombia (no sólo en aves sino en anfibios, orquídeas, palmas, y muchos grupos más), merece la pena reflexionar hasta dónde hemos tenido impacto en comunicar otros atributos de nuestra biodiversidad que deberían ser bien conocidos por todas las personas. ¿Cuántos colombianos de ciudades de la región andina comprenden el rol vital de los bosques de la Amazonía para la provisión de agua en sus territorios? ¿Cuántos saben de la importancia de los manglares y otros tipos de vegetación costera para proteger a comunidades vulnerables de inundaciones y tormentas? ¿Cuántos conocen sobre las oportunidades que existirían para el bienestar de las personas y el desarrollo del país si promoviéramos nuevas economías basadas en el uso sostenible de productos de los bosques o en el turismo de naturaleza?

El Marco Global de Biodiversidad reconoce que los pueblos indígenas y las comunidades locales tienen sistemas de vida ancestrales basados en los recursos biológicos, y que, para conservar la diversidad biológica, es necesario compartir de forma equitativa los beneficios derivados del conocimiento tradicional y de las nuevas formas de usarla sosteniblemente. Asimismo, destaca el rol decisivo de las mujeres en la conservación y por ello hace énfasis en que éstas tengan acceso a todos los espacios para participar en la formulación e implementación de las políticas. Alcanzar las metas del Marco requerirá no sólo una mayor difusión y apropiación de la información, sino también que un número mayor y más diverso de personas se sumen a las iniciativas y hagan parte de la conversación. Necesistamos más voces con incidencia.

¿Qué podríamos hacer desde las universidades, y desde esta universidad y esta facultad para contribuir a las soluciones a la crisis global de la biodiversidad? ¿Qué podrían hacer ustedes, con sus títulos relucientes de doctorado y maestría en ciencias que recibirán en un momento, para aportar a la conversación? Estas son preguntas que nos hemos hecho con en los últimos tiempos y al respecto quisiera compartirles el resultado de un ejercicio en el que nos hemos involucrado desde hace unos meses para prepararnos para la COP16.

Trabajando de la mano con la Facultad de Administración y la Vicerrectoría de Investigación y Creación, recientemente terminamos un ejercicio en el que tomamos las 23 metas del marco global de biodiversidad y, con sinceridad, dimos respuesta a tres preguntas sobre cada una: ¿estamos brindando oportunidades de formación a nuestros estudiantes que aporten esta meta? ¿estamos haciendo investigación pertinente alineada con la meta? ¿estamos propiciando conversaciones interdisciplinares en torno a esta meta? Nosotros hicimos la tarea de contestar estas preguntas con la directora de Ciencias Biológicas y encontramos que, en torno a algunas metas, teníamos muchísimo por decir – al fin y al cabo, hemos sido líderes y referentes en formación, investigación y trabajo interdisciplinar sobre biodiversidad en Colombia: las personas que se gradúan hoy del doctorado en Ciencias Biología, de la maestría en Ciencias Biológicas y de la maestría en Biología Computacional, ustedes, dan fe de ello. Pudimos decir mucho sobre lo que hacemos en cuanto a metas como la de restaurar el 30% de los ecosistemas degradados, conservar el 30% de las tierras, aguas continentales y marinas, o detener la extinción de especies, proteger la diversidad genética y gestionar los conflictos entre los seres humanos y las especies silvestres.

Sin embargo, les confieso, debimos reconocer que sobre nuestro involucramiento en torno a otras metas teníamos poco o nada que reportar. Nos quedamos casi en blanco cuando nos enfrentamos a decir qué estábamos aportando a metas tan fundamentales como la de integrar a la biodiversidad en la toma de decisiones a todos los niveles o la de movilizar 200,000 millones de dólares anuales para la biodiversidad.

Quiero contarles que, con el liderazgo de la doctora Sandra Vilardy, profesora de esta universidad y exviceministra de medio ambiente, y por la vía de la Asociación Colombiana de Facultades de Ciencias, Acofacien, hace unos meses se extendió una invitación a todas las universidades del país para que replicaran el ejercicio que hicimos en nuestra facultad. La respuesta nos sorprendió, pues más de 30 universidades atendieron el llamado y compartieron sus respuestas. A la asamblea de esta organización, que celebramos en uno de los sitios más biodiversos del mundo, la capital del departamento del Chocó hace unas semanas, llegamos con datos de cómo estamos a nivel país en cuanto al rol de las facultades de ciencias en torno a lo que en estos días se discute en la COP16.

No quiero extenderme mucho más y por eso no les contaré detalles del diagnóstico que hicimos, pero sí a donde llegamos, lo que terminamos llamando el acuerdo de Quibdó. Un poco para nuestra sorpresa, los decanos y decanas de prácticamente todas las facultades de ciencias de Colombia atendieron el llamado que hicimos desde esta universidad y desde Acofacien, de manera que como resultado de nuestra reunión produjimos un manifiesto que yo tendré el honor de presentar ante la ministra de ambiente y la COP16 la próxima semana en Cali en un evento público en el que también conversaremos sobre el rol de las universidades en el cumplimiento de las metas de biodiversidad en compañía de nuestra rectora Raquel Bernal y la rectora de la universidad EAN Brigitte Baptiste.

El manifiesto que presentaremos es un documento en el que los decanos de 52 facultades de ciencias colombianas firmantes expresamos un compromiso con la naturaleza. Allí destacamos nuestro papel en la formación de profesionales capacitados en la conservación de la biodiversidad y la importancia de un enfoque interdisciplinario que integre diversas áreas del conocimiento. Nos proponemos, también, promover el diálogo, fortalecer la investigación y trabajar en colaboración entre universidades y con diferentes sectores para abordar los desafíos ambientales y así contribuir a asegurar la sostenibilidad del planeta. Esto quizás pueda sonar un poco gaseoso, pero el manifiesto es concreto. Señalamos puntualmente que es fundamental incorporar temas de biodiversidad como eje de la investigación en áreas como matemáticas, física y química, promoviendo así un conocimiento holístico que permita abordar la complejidad de los problemas ambientales. Por esto, precisamente, pensé que sería más que pertinente referirme a estos temas en mis palabras para ustedes hoy, cuando salen como científicos altamente calificados a continuar con sus caminos profesionales en sus distintas disciplinas.

Por supuesto, no queremos decir que los profesionales de todas las áreas de la ciencia deban volcar sus agendas de investigación hacia la biodiversidad, ni que no haya espacio en este momento de crisis para continuar estudiando los problemas fundamentales de las ciencias a los que varios de ustedes están aportando. Todo lo contrario. En muchos espacios hemos señalado que sin ciencia básica no hay cómo siquiera imaginar una ciencia aplicada. Lo que sí quisiéramos es que nuestros científicos sean no solo los mejor formados y más rigurosos sino ojalá los más conscientes. Por ello quisiera cerrar mi intervención simplemente haciéndoles dos invitaciones.

Primero, por favor tómense el tiempo de leer el documento del acuerdo de Quibdó, el cual compartiré con cada uno de ustedes hoy mismo por correo electrónico. Si tienen tiempo e interés después de sus celebraciones, cuéntenme por favor qué pensaron después de su lectura y sobre cómo se ven frente a lo que se plantea. Segundo, y más importante, los invito a que por favor se conecten con lo que está pasando en Cali estas dos semanas. Los medios (incluyendo El Tiempo, con quien tenemos una alianza) y los ecosistemas digitales de páginas web y redes sociales como los de nuestra universidad y nuestra facultad están hoy boyantes de información. Hay tanto que estoy seguro que cada persona encontrará algo de su interés que le pique la curiosidad. Por favor profundicen sobre lo que les llame la atención, cuéntenle a sus amigos, háblenle a sus familias sobre qué aprendieron y, especialmente, sobre cómo ven su rol como científicos y científicas frente a las crisis a las que nos enfrentamos.

Como ya lo he hecho en otras ceremonias como esta, los invito más ampliamente no solo a ser buenos científicos sino a que busquen siempre reflexionar sobre su influencia e impacto más allá de sus círculos académicos más cercanos en distintas comunidades de personas. De poco servirán las herramientas de la ciencia para aportar soluciones para la biodiversidad o para contribuir al bienestar global si no avanzamos hacia sociedades más justas y verdaderamente incluyentes. Los desafíos centrales de Colombia en este momento, así como los retos de la humanidad para resolver las crisis de la sostenibilidad, el cambio climático y la conservación del planeta, necesitan a la ciencia y necesitan a personas como ustedes, con la formación que hoy se llevan, como agentes impulsores de cambio positivo. ¡Felicitaciones para todos y todas, y muchos éxitos en su camino!

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