La Tormenta

Las huellas de un siglo tras el ave del terror

De niños, en algún momento, nos enteramos que el mundo no nació con nosotros. Para César Perdomo esta epifanía llegó muy temprano en su vida. Tal vez desde que hace uso de razón supo que algo vino antes que él, su hermano, sus padres, la Guerra de los Mil Días y las cordilleras que encierran el desierto de la Tatacoa, del que es natural.

Del suelo arenoso, en el patio de su casa y en el paisaje seco que recorría pastoreando los ovejos con su hermano Fabio, afloraban vestigios de criaturas preservadas por el tiempo, que alguna vez caminaron por esa región de Sudamérica. Estas llamativas esquirlas del pasado han encantado por más de cien años a los habitantes del desierto, a investigadores nacionales y extranjeros, a guaqueros y a coleccionistas privados. César ha sido encantado también y ha encontrado en ellas una pasión, con todo y lo que eso implica: afición, fogosidad pero, también, padecimiento.

Hoy los frutos de esta pasión ofrecen un gran motivo de júbilo. Tras más de treinta años de colectar y preservar fósiles por todo el desierto, César ha construido una colección con más de cinco mil piezas fósiles de relevancia científica. La colección la alberga el Museo La Tormenta, fundado y construido por César en el Mesón de la Tatacoa, Villavieja, donde, hace un año, investigadores encontraron una pieza que buscaban desde hace más de cien años: el primer registro fósil de un ave del terror en el norte de Sudamérica.