Ave del terror

La pasión y la tormenta

Un ansiado descubrimiento paleontológico en la Tatacoa.

Introducción

De niños, en algún momento, nos enteramos que el mundo no nació con nosotros. Para César Perdomo esta epifanía llegó muy temprano en su vida. Tal vez desde que hace uso de razón supo que algo vino antes que él, su hermano, sus padres, la Guerra de los Mil Días y las cordilleras que encierran el desierto de la Tatacoa, del que es natural.

Del suelo arenoso, en el patio de su casa y en el paisaje seco que recorría pastoreando los ovejos con su hermano Fabio, afloraban vestigios de criaturas preservadas por el tiempo, que alguna vez caminaron por esa región de Sudamérica. Estas llamativas esquirlas del pasado han encantado por más de cien años a los habitantes del desierto, a investigadores nacionales y extranjeros, a guaqueros y a coleccionistas privados. César ha sido encantado también y ha encontrado en ellas una pasión, con todo y lo que eso implica: afición, fogosidad pero, también, padecimiento.

Hoy los frutos de esta pasión ofrecen un gran motivo de júbilo. Tras más de treinta años de colectar y preservar fósiles por todo el desierto, César ha construido una colección con más de cinco mil piezas fósiles de relevancia científica. La colección la alberga el Museo La Tormenta, fundado y construido por César en el Mesón de la Tatacoa, Villavieja, donde, hace un año, investigadores encontraron una pieza que buscaban desde hace más de cien años: el primer registro fósil de un ave del terror en el norte de Sudamérica.

  • César Perdomo
    César Perdomo

César Perdomo

Los murmullos del suelo

La alta tasa de erosión en el desierto de la Tatacoa –en realidad, un bosque seco tropical –muestra “una tendencia a la desertificación” (Rojas-Marín et al.). La desertificación se trata de un proceso de degradación de la tierra en zonas principalmente áridas (Convención Internacional de Lucha contra la Desertificación 4). Condiciones climáticas y geológicas favorecen este proceso: llueve mucho en muy pocos días del año y la naturaleza del suelo es erodable. La mano del hombre también ha influido. La deforestación, la presencia de vacas, chivos y otros animales rumiantes han contribuido al proceso.

La erosión acelerada ha traído una serendipia que ha hecho famosa a la Tatacoa más allá de las montañas azules que la abrazan. Del suelo brota una riqueza fósil excepcional, especialmente en una zona conocida como La Venta, que se encuentra entre las dos formaciones que componen el Grupo Honda –un grupo geológico que se extiende por el Valle Superior del Magdalena (Torres Quintero 2)–; La Victoria y Villavieja. Recientemente, esta zona fue reconocida como Patrimonio Geológico por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, dada su importancia paleontológica (Servicio Geológico Colombiano).

Doña Belén, madre de César y Fabio, sosteniendo un cuarzo que se asemeja a un huevo. Doña Belén, madre de César y Fabio, sosteniendo un cuarzo que se asemeja a un huevo.

A lo largo del siglo XX,  e incluso hoy en día, no resultaba atípico encontrar fósiles en la superficie o a medio enterrar. De niño, a mediados de los años ochenta, César vivía con su hermano y sus padres, don Oideth y doña Belén, en una casa de madera, cobijada por la sombra de unos árboles de mamoncillo y otras especies de árboles nativos. Sus padres aún viven allí. Unas cercas, también de madera, delimitan el umbral entre el patio y el resto del desierto, que se ensancha entre las cordilleras Central y Oriental.

En el patio de su casa materna, César y Fabio mantenían una mascota que no demandaba alimento ni agua. Oideth la había encontrado un día, mientras pastoreaba a los ovejos. La llevó a la casa, como había hecho varias veces con otras curiosidades que hallaba en sus largas jornadas bajo el sol. Era el caparazón fosilizado de un gliptodonte pequeño; un mamífero acorazado, emparentado con los armadillos actuales, y que, en algunos lugares de Sudamérica, alcanzó a pesar hasta dos toneladas. En ese entonces, no se sabía en la región qué tipo de animal era la mascota de los Perdomo, pero la apodaron “el armadillo”, por su semejanza al animal contemporáneo.

Los dos hermanos estimaban al armadillo. Jugaban con él en las tardes, montándolo como a un caballo, después de pastorear. En el patio y en una bodega había caparazones de tortugas prehistóricas. Y, así, probablemente, todas las casas en el desierto tenían fósiles en sus patios, en sus cocinas, trancando las puertas.

Doña Belén, madre de César y Fabio, sosteniendo un cuarzo que se asemeja a un huevo.


Un siglo dorado

Uno de los colectores locales más reconocidos en este entonces fue José Antonio Calderón, de Villavieja. Participó en una expedición por primera vez en 1966. A Calderón se le atribuyen importantes descubrimientos paleontológicos, como el Aotus dindensis (una especie de primate del Mioceno), durante una posterior y productiva expedición con la Universidad de Kyoto, a finales de la década de los ochenta.

Una creciente preocupación por saber a dónde iba lo colectado informalmente por turistas y guaqueros condujeron a la población de Villavieja –un municipio al borde del Magdalena, donde se encuentra la mayor parte de la Tatacoa –a conformar su primer Museo Paleontológico en 1985. César cuenta que el cura de la Capilla de Santa Bárbara, Jesús Antonio Monar, junto a uno de sus parientes, Abelardo Vargas, y otros villaviejunos montaron el museo en la Capilla (Madden et al. 8–10). 

Para nutrir el museo, los habitantes de Villavieja donaron los fósiles que guardaban en sus casas. El mismo Abelardo donó una pieza que había colectado y que llamaban “el pico e’ loro”. César recuerda verlo expuesto, cuando era niño. Era de las piezas más llamativas en la colección: un pico fosilizado de un ave desconocida de gran tamaño, aplanado y similar a un hacha. Venía acompañado de los “zancarrones” del mismo animal y anunciaba a César un misterio que estaría destinado a desenterrar en unos años.

Del pico e’ loro y de los demás fósiles del primer museo no queda más que el recuerdo de algunos pocos que lo vieron en ese entonces. Cuando el cura Munar se fue del pueblo, sacaron las piezas de la Capilla. Pasaron a un museo administrado por el municipio, pero en ires y venires y enredos burocráticos, muchas de la piezas se perdieron.

En 1940, en una expedición para estudiar recursos minerales en el Huila, el destacado geólogo y paleontólogo español José Royo y Gómez encontró fósiles de “tortugas, crocodilios, notoungulados y roedores” tendidos en un camino entre San Alfonso y Villavieja, erosionándose por estar a la intemperie. El investigador colectó varios fósiles de vertebrados y, más adelante, de la mano del estadounidense R. A. Stirton, serían los primeros en levantar una estratigrafía informal de la Tatacoa. Sus aportes, al final de la década de los cuarenta, “abrieron los ojos de la comunidad científica ante la relevancia de los fósiles en esta área”.

Las primeras investigaciones paleontológicas en la región habían empezado en 1923, con los hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle, Ariste Joseph y Nicéforo María. Ambos reportaron encontrar fósiles, en ocasiones facilitados por los mismos pobladores del desierto, y llevaron varias muestras al Museo de Ciencias Naturales de La Salle, en Bogotá, las cuales se perdieron en el Bogotazo. Posteriores investigaciones geológicas y paleontológicas de la región fueron impulsadas por el Gobierno colombiano y por compañías privadas que buscaban minerales y petróleo, como en las que participaban Royo y Gómez y Stirton (Madden et al. 5–7).

Tras el boom paleontológico en la región, en la segunda mitad del S. XX, se hizo habitual que los investigadores desplegaran grandes expediciones, infundiendo en la comunidad local un interés por el valor científico de los depósitos fosilíferos.

"Los fósiles son un patrimonio de la humanidad. No se pueden vender, presta, ni sacar de la zona.

Ese siempre ha sido mi sueño: que el científico lo estudie acá mismo"

César Perdomo sosteniendo el fósil de un ave del terror. Museo La Tormenta

La pasión


En esta época rica en investigación e interés local, fue que César encontró su pasión. Entre 1985 y 1992, la Universidad de Duke e INGEOMINAS llevaron a cabo una serie de expediciones en La Venta, dirigidas por el investigador estadounidense Richard F. Kay. En las expediciones se colectaron más de 3,200 especímenes catalogados, se estudiaron más de 140 locaciones y se hicieron estudios detallados de los niveles estratigráficos del Grupo Honda (Madden et al. 11).

César los vio armar un campamento a un par de kilómetros de su casa, con carpas gruesas y enormes. Se instalaron largas temporadas. Los veía dibujando mapas, anotando en libretas, explorando el paisaje y desenterrando con paciencia y finos pinceles los fósiles más variados. De estas prolíficas expediciones resultó el libro Paleontología de vertebrados de La Venta, del cual Kay fue editor, y que hoy es considerado “la biblia” para los paleontólogos que trabajan en la Tatacoa.

La Tormenta - Las huellas de un siglo tras el ave del terror

Documental

César empezó a visitar las expediciones mientras pastoreaba los ovejos. Después, se convirtió en uno de sus guías; nadie más podía conocer mejor el desierto que quien busca sus animales en lugares inaccesibles y remotos.

Durante la misma época, entre 1977 y finales de la década de los ochenta, la Universidad de Kyoto también llevó a cabo sus investigaciones enfocadas, principalmente, en primates fosilizados. Ver la dedicación que tenían para extraer y preparar los fósiles despertó curiosidad en César. Comenzó a andar por el desierto con más cuidado, mirando al suelo, buscando y recolectando fósiles para mostrarle sus hallazgos a los paleontólogos.

Ambas expediciones tuvieron un final abrupto. Los rumores de un aumento de la inestabilidad política en las zona se esparcieron y llegaron hasta las Embajadas estadounidense y japonesa. Es posible que estos rumores no fueran más que eso pero, dada la coyuntura del país en ese entonces, fueron suficiente para que los investigadores fueran evacuados.

César siguió colectando fósiles, almacenándolos en cajas de licor, “para que los huesos quedaran ahí paraditos”, guardando unos en su casa y escondiendo otros en el monte y en las cuevas. Anhelaba tener una gran colección para mostrarle a Kay y a sus colegas cuando regresaran, pero nunca lo hicieron. Ese fue el inicio de la pasión y, por extensión, del tormento.

De niños, en algún momento, nos enteramos que el mundo no nació con nosotros. Para César Perdomo esta epifanía llegó muy temprano en su vida.

César Perdomo

La Tormenta


El Museo La Tormenta fue levantado por César en el Mesón de la Tatacoa, una propiedad que heredó de sus padres. Allí, los fósiles que acumuló durante décadas encontraron un lugar para ser preservados y estudiados. El Mesón es, en efecto, una pequeña meseta, donde el viento llega más arisco.

El Museo La Tormenta fue levantado por César en el Mesón de la Tatacoa, una propiedad que heredó de sus padres. Allí, los fósiles que acumuló durante décadas encontraron un lugar para ser preservados y estudiados. El Mesón es, en efecto, una pequeña meseta, donde el viento llega más arisco.

Mayra Vargas, también oriunda de la Tatacoa, es socia de César y ha ayudado a construir el Mesón, el cual tiene, también, área de camping, cabañas ecológicas y un área común donde están la cocina, los comedores y una pequeña tienda de souvenirs. Mayra, en los últimos años, ha aprendido a preparar fósiles para el museo; con herramientas especiales remueve tierra y sedimentos para “limpiarlos” y prepararlos para que puedan ser estudiados.

Este es el museo que César siempre anheló fundar. Llegar aquí ha sido un tormento, dice, de ahí el nombre que le dio. Las limitaciones económicas y materiales han hecho difícil su empresa. Cuenta que la primera versión del museo, hace un par de años, estaba hecha con materiales más endebles y una violenta tormenta se lo llevó. Estructura y tejados salieron a volar, afortunadamente, sin perjudicar la colección. El incidente terminó de cimentar “La Tormenta” como el nombre adecuado.

Estudiantes de varias Universidades de Colombia visitan el Museo La Tormenta y hacen labores de catalogación.

César es enfático en que ni los fósiles ni el museo le pertenecen. Los fósiles, dice, son patrimonio de la humanidad, él apenas funge como guardián. Le alegra recibir científicos y otros visitantes interesados en la colección; para él es imperativo que ese patrimonio sea estudiado, conocido y preservado.

En 2016, un grupo de investigadores de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes y la Universidad de John Hopkins visitaron por primera vez la colección de César, en la mitad del desierto. Les resultó sorprendente y empezaron a identificar, clasificar y registrar las piezas. Desde entonces, César ha recibido a muchos científicos en su museo y cientos de estudiantes han tenido la oportunidad de conocer la diversidad de animales que habitaron la zona hace, aproximadamente, 13 millones de años.

Uno de ellos es Andrés Link, profesor en el Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes. Hace varios años conoció a César y se interesó en su proyecto. Desde entonces, han trabajado juntos en el museo, combinando el trabajo de campo con la preparación y cuidado de los fósiles en la colección.

Todos los investigadores que visitan el museo aportan de vuelta, haciendo labores de clasificación. En esas labores han encontrado sorpresas pero, hasta ahora, ninguna como la que halló el paleontólogo peruano Rodolfo Salas-Gismondi, mientras estudiaba un enigmático cocodrilo terrestre junto a Link en noviembre de 2023.

El superdepredador ausente


Antes de que el istmo de Panamá apareciera, Norteamérica y Sudamérica carecían un punto de comunicación terrestre. Los expertos aún se debaten cuándo surgió el istmo. Luego de formarse, parte de la fauna del Norte emigró al Sur, y viceversa, desencadenando el fenómeno conocido como el Gran Intercambio Biótico Americano (GABI, por sus siglas en inglés).

            La Venta es un yacimiento paleontológico especial no sólo por su abundancia de fósiles, única en todo el Grupo Honda. También lo es porque es uno de los pocos lugares en Sudamérica donde se puede estudiar la fauna del Mioceno medio, antes del GABI (Madden et al. 15).

Hace 13 millones de años, lo que hoy se conoce como La Venta era un paisaje que poco tenía de seco. La fauna fósil encontrada en la zona, en conjunción con estudios geológicos de los paleosuelos (suelos prehistóricos que fueron sepultados) sugiere que se trataba de un entorno húmedo, compuesto por mosaicos de grandes ríos trenzados, sistemas de lagunas, humedales, copiosa vegetación y bosques. Eran comunes los primates, los marsupiales, algunos roedores, ungulados de gran tamaño, murciélagos, depredadores acuáticos como el Purussaurus neivensis –un cocodrilo enorme– peces varios y mucho más (Kay y Madden 520–521).

En esta época, lo que hoy es La Venta tenía una conexión directa con el actual Amazonas, pues la cordillera Oriental apenas estaba empezando a registrar su levantamiento. De igual forma, hay evidencia de que había una importante actividad volcánica en la región, según afirma Maria Isabel Sierra, doctora en Ciencias de la Tierra y profesora en el Departamento de Geociencias de la Universidad de los Andes.

En estos diversos ecosistemas del Mioceno medio, durante muchos años, los científicos del S. XX plantearon la posibilidad de que hacía falta encontrar un animal que ocupase, junto a los Sparassodontes (un tipo de mamíferos depredadores) y crocodiliformes, el rol de un superdepredador . El ave del terror, encontrada a finales de 2023 en la colección de César, resultó ser lo que habían buscado por tanto tiempo.

Los forusrácidos, comúnmente conocidos como “aves del terror”, pertenecen a una familia extinta de aves de mediano y gran tamaño que habitaron bosques y sabanas de Sudamérica durante buena parte del Cenozoico (la Era de los mamíferos). El gran tamaño que alcanzaron algunas especies, un esqueleto que les permitía correr rápidamente y las adaptaciones de su cuello y enorme pico –aplanado y en forma de hacha –han llevado a sugerir que estas aves eran imponentes depredadores terrestres.

El registro indiscutido más antiguo de las aves del terror data del Eoceno medio, hallado en Argentina, y se estima que lograron sobrevivir, al menos, hasta el Pleistoceno.

Aproximadamente 17 especies de aves del terror han sido descubiertas, la mayoría en el sur de Sudamérica. En Argentina se ha recuperado la mayor parte de estas aves. También hay registros en el suroeste de Brasil, en Uruguay e, inclusive, en la Antártida. Otros especímenes se han encontrado al sur de Norte América (en Texas y la Florida) y uno en el sur del Perú.

 Se cree que se originaron en Sudamérica y, posteriormente, llegaron a Norte América durante el GABI. Esto implicaría que debieron habitar, en algún momento, latitudes tropicales pero, hasta la fecha, no existía evidencia en el registro fósil que lo corroborara.

No resulta improbable que estos animales fueran relativamente raros en sus ecosistemas: estaban en el tope de la cadena trófica y es posible que no anduvieran en grupos grandes. Además, probablemente, sus hábitos terrestres hacían más difícil su fosilización, comparado con animales de hábitos acuáticos.

Pero César estaba convencido de que debía haber fósiles de este animal en La Venta. Después de todo, había visto con sus propios ojos los zancos y el pico e’ loro que Abelardo había encontrado años atrás. Su sospecha se confirmó cuando Salas-Gismondi no pudo clasificar el fragmento de un tibiotarso que César había colectado hacía veinte años. Los investigadores supusieron que el fósil correspondía al de un ave, por sus características morfológicas, pero no había registro alguno de un ave tan grande en la región. Presintieron que se encontraban ante un gran descubrimiento. Consultaron con un experto argentino en aves del terror, Federico Degrange, quien corroboró que se trataba de un forusrácido.

Uno de los descubrimientos paleontológicos más importantes en La Venta, después de un siglo de investigaciones, ocurrió en La Tormenta. El primer registro fósil de un ave del terror en el norte de Sudamérica fue descrito en la publicación A new terror bird (cariamiformes, phorusrhacidae) from the middle Miocene of La Venta, Colombia, publicado en la revista Paleontology, el pasado lunes 4 de noviembre de 2024. El trabajo riguroso de César proveyó un invaluable aporte al entendimiento de la historia evolutiva de especies que habitaron y habitan el continente, destacando el potencial y el valor de la ciencia hecha desde las comunidades locales.

Créditos


Escrito por: Laura Forero

Dirección y producción documental: David Laverde

Fotografías: Laura Forero

Fotografía drone: David Laverde

Recreación imagen con IA: Anderson Pirateque

Ilustración técnica: Carlos Gustavo Mora

Ilustración a color: Andrés Bernal

Diseño web: Juan Gabriel Sutachán

Obras citadas

Convención Internacional de Lucha contra la Desertificación. Elaboración de Una Convención Internacional de Lucha Contra La Desertificación En Los Países Afectados Por Sequía Grave O Desertificación, En Particular En África. Asamblea General de las Naciones Unidas, 1994.

Servicio Geológico Colombiano. “La Venta, Colombia: Entre Los Nuevos 100 Sitios de Patrimonio Geológico IUGS Auspiciados Por La UNESCO.” Servicio Geológico Colombiano, 2024, www2.sgc.gov.co/Noticias/Paginas/La-Venta-Colombia-entre-los-nuevos-100-Sitios-de-Patrimonio-Geologico-IUGS.aspx.

Kay, Richard F., and Richard H. Madden. “Paleogeography and Paleoecology.” Vertebrate Paleontology in the Neotropics: The Miocene Fauna of La Venta, Colombia, edited by Richard F. Kay, et al., Smithsonian Institution Press, 1997, pp. 520-550.

Madden, Richard H., et al. “A History of Vertebrate Paleontology in the Magdalena River.” Vertebrate Paleontology in the Neotropics: The Miocene Fauna of La Venta, Colombia, edited by Richard F. Kay, et al., Smithsonian Institution Press, 1997, pp. 3-11.

Rojas-Marín, Carlos Andrés, et al. “Dinámica Espaciotemporal de Los Procesos de Desertificación Y Revegetalización Natural En El Enclave Seco de La Tatacoa, Colombia.” Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía, vol. 28, no. 1, 2019, pp. 134–151, www.redalyc.org/journal/2818/281857987008/html/, https://doi.org/10.15446/rcdg.v28n1.63130.