Especiales de Ciencias

Huellas de identidad:
La ciencia que redescubrió un pueblo

Antes de que los seres humanos se asentaran en la falda de las montañas, en la cordillera oriental de los Andes colombianos, y bautizaran su tierra como “Santa María, Boyacá”, estuvieron allí los dinosaurios. En ese entonces, la tierra que vieron y anduvieron tenía otras formas. No conocieron las cuchillas que hoy abrazan el pueblo, ni sus crestas que de vez en cuando asoman entre el velo de niebla, tampoco gozaron de la frescura de los vientos fríos que llegan de los Andes. Cuando atravesaron con parsimonia el paisaje, caminaron por la línea costera de un antiguo mar epicontinental que cubría buena parte de lo que hoy es Colombia. Seis huellas fosilizadas, encontradas en la actual Santa María, atestiguan el paso de un iguanodonte por esas playas, hace 130 millones de años.

I

Las Patas de
Gallina

Los santamarienses y todos los demás humanos se enteraron de esto hasta hace muy poco. Las marcas en las paredes rocosas del pozo La Calavera —un lugar en el Río Batá, al noroccidente del pueblo —eran bien conocidas por todos los que visitaban el lugar en sus tiempos de ocio. Era el rincón predilecto para pasar las tardes cálidas por sus aguas cristalinas, de entre 7 y 8 metros de profundidad, rocas altas para hacer clavados, abundante vegetación y su ubicación retirada. Los niños, después del colegio, iban al pozo a jugar y a pasar el rato. A las huellas le dieron nombres: “las patas de gallina”, “las hojas”.

 

“Nosotros decíamos que eran hojas calcadas, que eran patas de gallina, pero nunca llegamos siquiera a imaginar que era un fósil. Es más, en ese entonces nosotros no sabíamos que existían fósiles de cualquier cosa”, dice Adrián, quien hoy está en sus treintas, es biólogo y guía turístico en el municipio. Su especialidad es el turismo científico; ha acompañado salidas de campo de investigadores y estudiantes universitarios desde que es niño. Santa María, por su afortunada ubicación en el piedemonte llanero y las altas montañas, tiene una rica biodiversidad y geografía que ha llamado la atención de la comunidad científica en las últimas décadas.

 

“Las patas de gallina” era un nombre bastante adecuado. El iguanodonte responsable de las huellas era ornitópodo, nombre dado a una categoría de dinosaurios que vivieron entre el Jurásico y el Cretácico, que viene del griego ὄρνιθος (ornitos), “ave”, y ποδος (podos) “pie”; "pie de ave". En las marcas del pozo es distinguible una palma estrecha, de la que se desprenden tres dedos largos, similar a la pisada de aves contemporáneas.

Pozo La Calavera

Un lugar en el Río Batá, al noroccidente del pueblo

Midiendo las huellas

Alejandro Corrales estaba en segundo semestre de Geociencias, en la Universidad de los Andes

Huellas

William Carantón, estudiante de Geociencias, Uniandes

Santa María

Departamento de Boyacá, Colombia

Ilustración por: William Casas

Especiales de Ciencias

II

Cuando Alejandro Corrales estaba en segundo semestre de Geociencias, en la Universidad de los Andes, decidió acompañar a su amiga Daniela, estudiante de Biología, a visitar Santa María. Daniela tenía interés en el lugar por su diversidad en fauna. Una vez allí, caminaron río arriba hasta La Calavera, que para ese entonces, 2017, ya atraía también turistas. La belleza del paisaje no fue lo único que los cautivó; las patas de gallina, para Alejandro, parecían ser huellas de un animal prehistórico.

Inquieto por sus sospechas, tomó fotos y las llevó a su compañero de carrera, William Carantón, y a su profesor en el Departamento, Leslie Noé. Ambos coincidieron en que podían ser huellas de algún dinosaurio y, sin más, armaron una salida de campo a La Calavera. Los tres emprendieron un viaje de cuatro horas, de Bogotá a Santa María, acompañados también por Marcela Gómez-Pérez, paleontóloga, y José Vicente Rodríguez, geólogo y entonces profesor en el Departamento de Geociencias. 

No siempre fue fácil acceder a ese rincón en las montañas boyacenses. A inicios del siglo XX, Santa María hacía parte del municipio de Macanal, y donde hoy está el pueblo había unas cuantas haciendas. El lugar estaba en un camino importante; pasando por allí se podía continuar bajando el piedemonte hasta San Luis de Gaceno. Para 1944 el lugar estaba lo suficientemente ocupado para que el párroco de Macanal, Jacinto Vega, incentivara la fundación de un nuevo pueblo, que hasta 1961 se convirtió en municipio.

Santa María, escondido entre los pliegues de las cuchillas Cerro Negro y Guanaque, se hizo más accesible en la década de los 70, con la construcción de 14 túneles que atraviesan la cordillera oriental. Esta megaobra hacía parte del proyecto de la Central Hidroeléctrica de Chivor, que durante muchos años fue la mayor central generadora de energía en el país, “aprovechando el potencial hidroeléctrico del río Batá, que es regulado por el embalse La Esmeralda”. 

Así, un viaje que podía tardar 14 horas de la capital a Santa María se redujo a 4. Los dinosaurios del Cretácico inferior que vivieron allí no se tuvieron que preocupar por abrir montañas o cruzarlas. Las barreras geográficas que tuvieron que atravesar durante sus migraciones fueron mares emergentes, que empezaban a separar las dos masas continentales que existían en ese entonces; Laurasia, al norte, y Gondwana, al sur, y donde se encontraba lo que hoy es Santa María.

Santa María (Boyacá)

Municipio situado en el sureste de la Provincia de Neira, en el Departamento de Boyacá, Colombia.

III

Cuando los estudiantes e investigadores llegaron a Santa María, se asombraron con lo que encontraron. Luego de tomar más fotos y estudiar la geología del pozo, duraron dos años compilando características de las huellas y comparándolas con datos de otras para determinar qué tipo de animal dejó el rastro. Con esta información, pudieron determinar detalles sobre el individuo.

“Este dinosaurio, que nosotros determinamos a partir de las mediciones, tenía un largo aproximado de 8m de largo y pesaba cerca de 2.5T y, gracias a al espaciado entre sus huellas, determinamos que iba cerca a una velocidad de 4.5 km/h”, explica William Carantón, hoy egresado de Geociencias.

Los resultados de la identidad del dinosaurio fueron inesperados; el análisis riguroso sugería que eran huellas de iguanodontipus. Hasta ese momento, los únicos registros de iguanodontes habían sido encontrados en Inglaterra, España y Alemania. La siguiente incógnita que los investigadores debían responder era cómo había llegado un iguanodonte a lo que hoy es Sudamérica.

Documental

La historia del Iguanodon
de Santa María

Documental
Visor 360

Vista 360º de Santa María

IV

El paisaje de
Santa María

Si el paisaje de Santa María era diferente hace 130 millones de años, de los continentes ni se diga. Lo que se conoce hoy como Colombia quedaba, entonces, al norte de Gondwana, que, con el tiempo, se fragmentó y dio origen a Sudamérica, África, la Antártida, Australia, la India y Madagascar. Laurasia, por otro lado, se convertiría en Norteamérica y Eurasia. Las dos masas continentales eran separadas por un Atlántico emergente que se conectaba con el océano de Tetis, al oriente.

Hasta hace unas décadas, investigadores han argumentado que la barrera creada por esta vía marítima condujo al aislamiento de la fauna y flora entre Gondwana y Laurasia desde su separación, que se amplió durante el Cretácico, cuando vivieron los iguanodontes. Pero descubrimientos como el de las huellas en Santa María han empezado a robustecer una teoría más compleja: si bien el nivel del mar era más alto que el de hoy en día, había patrones de regresión y transgresión marinas que hacían las costas cambiantes, haciendo constantes la aparición y desaparición de mares epicontinentales.

Los iguanodontes estaban adaptados a ecosistemas con abundante agua y vegetación terrestre. Habitaban archipiélagos (que hoy son Europa) donde, probablemente, debían nadar entre islas. No hubiese sido extraño que estos animales pudieran cruzar mares poco profundos, “lo cual, en determinados momentos, pudo haber incluido el cruce de Tetis” (Noé et al. 391).

Finalmente, en 2020, el equipo de investigadores publicó el estudio titulado “Huellas de dinosaurio del Cretácico Inferior, formación Batá, Colombia (Sudamérica), y el posible intercambio de grandes ornitópodos entre el sur de Laurasia y el norte de Gondwana”. El título, de entrada, presenta dos extraordinarios descubrimientos paleontológicos. Sin embargo, un evento mundial opacó la atención que, se proyectaba, recibiría la publicación: la pandemia del COVID-19.

V

El Estudio

El estudio estuvo refundido en el mar de noticias y publicaciones académicas durante tres años, hasta que fue pescado por el Biocore de la Universidad de los Andes. En 2023, esta unidad se encargaba de divulgar y asesorar investigaciones sobre biodiversidad, vinculadas a la Universidad. A la cabeza estaban Carlos Guarnizo, biólogo y divulgador, junto a Mireya Osorio, también bióloga y gestora de proyectos. Para esas fechas estaban planeando una gran exposición sobre dinosaurios y otros animales prehistóricos que vivieron en Colombia, de acceso gratuito, en la Universidad.

Contactaron prontamente a Alejandro, William y a Leslie para saber más acerca del descubrimiento y pensar cómo podrían llevarlo a audiencias por fuera de círculos académicos. Así se terminó de consolidar la exposición “Colombia: el país con más dinosaurios”, que en su momento convocó a más de 50,000 personas y que expuso las réplicas de las huellas del pozo La Calavera.

El trabajo no solamente incluyó la presentación de las huellas a un público general; parte integral del proceso fue socializar el estudio con los habitantes de Santa María. Los santamarienses recibieron esta información con sorpresa e, inicialmente, tomaron el descubrimiento con desconfianza.

“Primero, la gente no creía realmente. Fue como ‘No, ¿pero de dónde? ¿Pero cómo y cuándo?’ Nosotros también alcanzamos a dudar, ¿será que sí?, cuando ya entonces nos socializan que está en un documento del Servicio Geológico Nacional”, cuenta Diana Katherine, guía local en Santa María, también especializada en turismo científico y sostenible. “Conocimos el documento y la verdad, esto fue una locura. Entre guías hablábamos mucho del tema y había mucha curiosidad, pero realmente no teníamos la información en palabras coloquiales para contarle al mundo ‘¡Vengan, vamos, los acompañamos!’”.

Del hallazgo al orgullo local

Cuando se supo que era en serio, que las patas de gallina eran huellas de iguanodonte, los santamarienses empezaron a integrar estos fósiles a su identidad cultural y velar por su preservación. Hoy, en el parque principal del pueblo, se encuentra una escultura amarilla, a escala 1:1, del iguanodonte y que, originalmente, hizo parte de la exposición en los Andes. También es común encontrar souvenirs en las tiendas locales, el equipo de fútbol del pueblo tiene por nombre “los iguanodontes”.

William Carantón y Alejandro Corrales. Estudiantes del programa de Geociencias, Uniandes.

Si bien Santa María era un destino popular para salidas de campo universitarias, para investigadores o para aficionados al avistamiento de aves, a partir de 2023 –año de la exposición –los viajeros se hicieron más abundantes. Los titulares en los grandes medios que visibilizaron el descubrimiento y videos de otros turistas en redes sociales, también propiciaron un boom turístico.

La economía local fue favorecida por el influjo de turistas, pero además de eso, las huellas adquirieron el estatus de símbolo para esta comunidad.

“El zapatero, el panadero, el de la tienda te hablan del iguanodón.”, comparte Diana Acosta, guía turística en Santa María, “Dicen: ‘no, aquí esas pisadas [de dinosaurio] son las mejores preservadas de Colombia’. Incluso se saben muchos datos así que, a veces, cuando uno lleva a las personas al río, dicen: ‘Ay, sí, el vecino me contó más o menos…’”

Santa María, al ser un municipio tan nuevo, en los últimos años ha tenido un proceso de construcción consciente de identidad. Acosta cuenta que, junto a otros guías turísticos, han liderado talleres con habitantes del municipio para crear un plato típico, también han realizado festivales de avistamiento de aves y el festival de la champa (fruta que se da en el municipio) para fortalecer las relaciones con el lugar donde viven y configurar una cultura distinguible en el pueblo. Desde antes de las huellas, los santamarienses habían indagado en la naturaleza que habitan por su propia identidad.

 

En restaurantes, cafés y tiendas en Santa María, se encuentran varias guías de campo de especies de árboles maderables, mamíferos, anfibios, reptiles, arácnidos, crustáceos, insectos y angiospermas encontrados en el municipio. Estas guías, elaboradas por investigadores de la Universidad Nacional y patrocinadas por AES Colombia –la empresa generadora de energía a cargo de la represa de Chivor, y que donó la estatua del Iguanodón al pueblo –, han sido ampliamente distribuidas entre los santamarienses y han reforzado aún más su interés por la biodiversidad. Algunas fotos, también provistas por AES, de especies destacables de animales y plantas cuelgan en las paredes de los establecimientos.

Ilustración por: Diana Catherine Acosta

Así mismo, en los dos colegios del municipio, los niños han participado activamente en proyectos que buscan desarrollar su curiosidad y el pensamiento científico. Apoyándose en profesores, como Nelly Perilla, los niños se han documentado sobre temas de biología y geología para desarrollar guiones interpretativos de recorridos de avistamientos de aves. Más recientemente, Acosta también los invita constantemente a sus recorridos por el Río Batá para que sean guías rastrillo y aprendan sobre cómo hacer guianza turística.

De igual forma, las Universidades que frecuentan el municipio han entablado relaciones con guías y profesores. Esto ha propiciado un intercambio de conocimiento permanente. Además, la formación académica en ciencias naturales de personas como Acosta o como Adrián, permiten fortalecer el interés de los niños por la biodiversidad de su municipio.

“La Universidad está aquí. En Santa María sí tenemos a personas que sabemos, que podemos colaborarles [a los niños] con nuestros saberes y, además, tenemos esas guías de campo, tenemos el artículo científico del Iguanodón… Hay cómo estudiar y hay a quién preguntar, porque muy amablemente todas las Universidades nos llaman, nos preguntan qué necesitan”, dice Acosta.

Gracias a estos esfuerzos, la población de Santa María, desde niños hasta adultos, se han empezado a comprender a través de su biodiversidad. Las huellas también se han integrado a su identidad local, pero se han convertido en el símbolo diferencial definitivo que convoca a la comunidad y que exaltan con orgullo.

“Todo ha sido entorno al iguanodón”. “Ha sido como lindo, ese crecimiento como identidad cultural del municipio”.

Diana Acosta, guía turística en Santa María

Vista 360º del Pozo la Calavera, lugar de las huellas

La historia del Iguanodón de Santa María ha demostrado lo enriquecedor que es vincular a las comunidades en los procesos de investigación y construcción del conocimiento.


“La comunidad científica debería integrarse más con la sociedad. O, bueno, comunicar estos hallazgos porque esas investigaciones terminan siendo vistas solo dentro de la comunidad científica”, afirma William. “Si realmente esto no se comunica, no se hace una divulgación más sencilla, ese conocimiento se queda ahí. Puede ser una investigación de muy alta calidad, pero sencillamente no va a trascender a donde importa, que es a la sociedad”.


Créditos

Escrito por: Laura Forero

Dirección: David Laverde

Fotografías Santa María y Recreación del Iguanodon: David Laverde

Diseño web: Juan Gabriel Sutachán