Cuando Alejandro Corrales estaba en segundo semestre de Geociencias, en la Universidad de los Andes, decidió acompañar a su amiga Daniela, estudiante de Biología, a visitar Santa María. Daniela tenía interés en el lugar por su diversidad en fauna. Una vez allí, caminaron río arriba hasta La Calavera, que para ese entonces, 2017, ya atraía también turistas. La belleza del paisaje no fue lo único que los cautivó; las patas de gallina, para Alejandro, parecían ser huellas de un animal prehistórico.
Inquieto por sus sospechas, tomó fotos y las llevó a su compañero de carrera, William Carantón, y a su profesor en el Departamento, Leslie Noé. Ambos coincidieron en que podían ser huellas de algún dinosaurio y, sin más, armaron una salida de campo a La Calavera. Los tres emprendieron un viaje de cuatro horas, de Bogotá a Santa María, acompañados también por Marcela Gómez-Pérez, paleontóloga, y José Vicente Rodríguez, geólogo y entonces profesor en el Departamento de Geociencias.
No siempre fue fácil acceder a ese rincón en las montañas boyacenses. A inicios del siglo XX, Santa María hacía parte del municipio de Macanal, y donde hoy está el pueblo había unas cuantas haciendas. El lugar estaba en un camino importante; pasando por allí se podía continuar bajando el piedemonte hasta San Luis de Gaceno. Para 1944 el lugar estaba lo suficientemente ocupado para que el párroco de Macanal, Jacinto Vega, incentivara la fundación de un nuevo pueblo, que hasta 1961 se convirtió en municipio.
Santa María, escondido entre los pliegues de las cuchillas Cerro Negro y Guanaque, se hizo más accesible en la década de los 70, con la construcción de 14 túneles que atraviesan la cordillera oriental. Esta megaobra hacía parte del proyecto de la Central Hidroeléctrica de Chivor, que durante muchos años fue la mayor central generadora de energía en el país, “aprovechando el potencial hidroeléctrico del río Batá, que es regulado por el embalse La Esmeralda”.
Así, un viaje que podía tardar 14 horas de la capital a Santa María se redujo a 4. Los dinosaurios del Cretácico inferior que vivieron allí no se tuvieron que preocupar por abrir montañas o cruzarlas. Las barreras geográficas que tuvieron que atravesar durante sus migraciones fueron mares emergentes, que empezaban a separar las dos masas continentales que existían en ese entonces; Laurasia, al norte, y Gondwana, al sur, y donde se encontraba lo que hoy es Santa María.